Según estudios recientes el 90% de las startups acaban cerrando, no durando más de 20 meses la mayoría de ellas. Con este panorama los inversores están preparados para aceptar altas tasas de mortalidad en los proyectos en los que entran, de ahí que no duden en invertir en emprendedores que ya hayan fracasado ya alguna vez (o varias).

Lo importante para el emprendedor es saber por qué ha fallado. No es lo mismo que la empresa se haya visto arrinconada por la competencia, sin fondos suficientes o que los emprendedores hayan hecho mal su trabajo. Por eso muchos inversores prefieren invertir su capital en emprendedores que hayan fallado pero que tienen experiencia real, siendo el lado práctico fundamental (hay barreras que hay que aprender superándolas directamente).

Todo este conjunto de circunstancias lleva a que no solo se acepte el fracaso, sino que se haya desarrollado, fundamentalmente en EEUU y en Silicon Valley, toda una filosofía en torno a las virtudes del fracasar (hacen incluso conferencias dedicadas al fracaso y como aprender de él para llegar al éxito).

En España el concepto de fracaso como puente para un posible triunfo ha ganado adeptos rápidamente, pese a que aquí nos cuesta mucho sacar algo bueno del hecho de que un emprendedor fracase. Sin embargo todo ello está cambiando, y el fracaso es cada vez más una línea en el currículum de los emprendedores muy apreciada, delatando un aprendizaje intenso, iniciativa, capacidad y madurez.

*Fuente de la información ‘Emprendedores’.

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